Estoy en una edad donde arrastro mis cadáveres dentro del olvidado. Abre tú billetera y enséñame tus tenues delirios, busca al lobo, búscalo en el supermercado, por detrás del estante de limpieza, continua por el sendero de sangre hasta la salida que halare tú cuerpo de mis memorias.
La belleza destructora de la naturaleza era tan cautivante que nos paralizó, la velocidad brutal de la turba agua desmoronó el pequeño barranco que nos cobijaba, apenas pudo sostenerse de una rama a la deriva anclada lastimosamente a su suerte, me miró con una dulzura enceguecedora y sin decir palabra alguna se despidió…
Perdí todas mis postales y el aroma profundo de tú cabello, me quitaron el hierro herrumbrado de las pertenencias, la frescura de la piedad, la sonrisa de mi abuelo, el espanto confuso de la mañana, malgasté todo, ahora me ofrecen la honra de la tierra, está todo muy oscuro y claustrofóbico por aquí.
Yo necesitaba respirar, ella asesinar, era infernalmente distinguida y me provocaba sonreír, sigilosa y barbitúrica lengua asiática, cuando sentí el filo acerado de su refinada cuchilla nací.
Claudia te indicó el camino hacia el mar la mañana que llegó libre a ti, no mas tristezas, no mas llantos, entonces el cielo quedó tan chico, tan gris, marchaste a la orilla solo, morir de viejo ya no era una opción, por estos días nuestro señor ya no escucha la verdad, por las pampas, por Catmandú, por Xanandu, esa risa a la deriva pidió una ginebra más y con un guiño vago el barquero te la acercó, arribó un cálido diciembre muy lejos de casa emprendiendo camino hacia la mar, sin un remo, sin una vela, condenados a la gloria de miles de gargantas, esta sí que es Argentina! Recuerdos de Claudia, recuerdos de ti.
